
En la vida conseguimos encontrarnos o conocer y perder a mucha gente – algunos solamente para un tiempo determinado, otros para siempre. Cuanto más deseamos verlos y tenerlos de vuelta en nuestras vidas, más imposible se hace. Solamente una vez que nos damos por vencidos, dejamos ir nuestro deseo y olvidamos, la gente que deseamos tanto vuelve a nuestras vidas. Sólo cuando somos completamente imparciales, nuestra experiencia puede ser pura para nuestro bien supremo.
Las cosas suceden cuando menos las esperamos
Una tarde, me encontré en un autobús con un amigo que conocí durante un retiro silencioso, dirigiéndose hacia su pequeña aldea en el campo, lejos de todo. Sentado en el autobús, recordé el número de correos electrónicos que había enviado y las llamadas telefónicas que había hecho sin éxito para llegar a un monje tibetano que una vez conocí en mi país y al que deseaba volver a ver. No había manera de que me contestara. Mis amigos me confirmaron que la dirección de correo electrónico era correcta y que habían recibido respuesta cuando le escribían. Parecía como si no existiera para él. Cuando me relajé y comencé a ser consciente de lo que había a mi alrededor, miré hacia adelante en el autobús donde a través de sus cristales podía apreciar el paisaje natural y me di cuenta de que dos monjes, vestidos con prendas rojas entraron y se sentaron detrás de nosotros.
Uno de ellos me parecía muy familiar y estaba segura de que había visitado mi país hace un par de años con otro monje, a quien realmente deseaba visitar. Me di la vuelta y pregunté por el sitio donde vivían. Para mi gran sorpresa, vivían exactamente en el mismo monasterio que el monje que buscaba y que además estaba a sólo un par de kilómetros de la casa de mi amigo. No creí que lo conocieran, pero mencioné su nombre de todos modos. El chico sonrió y dijo: "Oh, ese es mi maestro. Le llamaré."
Una vez que las cosas se ponen en marcha, es difícil detenerlas
Ni siquiera tuve tiempo para decirle que no era necesario. Todavía estaba tratando de tomar aire cuando tuve que presentarme a él por teléfono y no sabía qué decir. No estaba segura de que me recordara. Entonces respondió: "Ven mañana a las 11.00. Llámame cuando estés aquí."
¿Eso fue todo? Le di las gracias a los jóvenes monjes y permanecí allí un rato en silencio. Finalmente, estaba a punto de reunirme con él. Me pareció gracioso lo difícil que había sido ponerse en contacto con él y luego explicarle quién era para que simplemente me dijera: "Ven mañana." Yo sabía que él era una persona ocupada y yo no era muy importante, así que podría haber respondido que sintiéndolo mucho no podía reunirse conmigo. Pero no lo hizo.
A la mañana siguiente, traté de tener pocas expectativas de antemano, tan pocas como fuera posible. Comenzamos el día con un paseo por la naturaleza, a través de los campos de arroz. Un amigo nos invitó a tomar un té y un maravilloso desayuno y me pidió que me quedara con su familia para poder experimentar y vivir de primera mano su cultura. Cuando finalmente regresamos a la casa, me di cuenta de que había una plancha. Nunca planchaba la ropa, pero hoy parecía necesario.
El tiempo y la distancia no son importantes si hay amor verdadero
Cuando entré en el gran monasterio rojo y pregunté por él, todos me dirigieron al salón principal donde había una oración. Como no lo veía y todos los monjes estaban cantando, decidí sentarme al lado de una coreana que estaba activamente involucrada en la oración. Me parecía una estudiante de Budismo. Después de una hora cantando y de tratar de entender lo que estaba pasando allí, todavía no encontraba al monje. Entonces, salí de la sala principal y le pregunté a otros monjes si lo conocían. Uno de ellos, otro estudiante suyo, lo llamó y más tarde vino y me encontró.
Mientras se acercaba a mí, había un escudo de amor y luz a su alrededor. Me sentí como si hubiera vuelto a casa después de un largo viaje. Era como si nos hubieramos conocido ayer mismo. No podía explicar lo que pasaba, ni podía entender de dónde provenía, pero él era tan querido para mí.... Mi corazón se derritió y yo estaba tan agradecida y feliz por el hecho de haberme recibido.... Me invitó a su habitación, donde al principio, me dieron un café y luego el almuerzo. Estábamos hablando de mi país y de sus planes de visitarlo pronto para construir un templo budista. No hablamos de religión o meditación. Era como si después de mucho tiempo me hubiera encontrado con un viejo amigo y tuviéramos muchas cosas que contarnos. Sin embargo, no podía recordar ninguna de las conversaciones.
¿Y si todo está bien tal y como está?
Me volví hacia él diciéndole: "¿Sabes? durante mi viaje y mientras estaba en período de silencio me di cuenta de que no importa a qué Dios nos inclinemos ni qué técnica practiquemos. Ni siquiera es malo practicar diferentes técnicas. Todas nos llevan al mismo estado de ánimo e incluso si no practicamos ninguna de ellas, todavía es posible alcanzar el mismo nivel de paz dentro de nosotros, naturalmente."
Me miró sonriendo y con una expresión pacífica. Era como si sus ojos me dieran apoyo, amor y aprobación. Era como si estuviera escuchando lo que decía: "Sí, pienso lo mismo. No importa."
Entonces se volvió hacia mí para decirme algo muy importante: "Es tan obvio, cuando somos flexibles y abiertos, nos pasan cosas bonitas. Al final del día, no importa la raza o la religión, en el fondo somos todos iguales. Todos buscamos lo mismo. Por lo tanto, es importante no centrarse en estar solo. Necesitamos a otras personas. Es importante rodearnos de otros para poder dar y compartir."
El amor que no podemos esconder
Le traje el agua del Himalaya y le conté mi viaje. Él sonreía y escuchaba, aunque tenía la sensación de que ya sabía todo sobre él. Era tan humilde.... Cuando empezó a llover, salimos afuera para que pudiera enseñarme sus flores que cuidaba con tanto amor y dedicación. Los niños estaban jugando por allí. Él era muy cariñoso con los niños y al mismo tiempo trataba de ser estricto aunque sin éxito. Uno podía sentir su amor por todos. Entonces en este momento, me retiré para estar sola para ir a meditar en el templo.
Cuando me iba, me sentía tan feliz, tan libre y tan llena de amor que sentía que podía volar. Me dijo que volviera al día siguiente. Yo estaba preocupada de quitarle demasiado tiempo, pero él me aseguró que no tenía nada más que hacer y yo era más que bienvenida allí.
La honestidad es uno de los mayores regalos
Lo encontré en el restaurante de sus hermanas, donde solía pasar sus días libres. Cuando entré, él estaba sentado en una mesa con un niño pequeño (su estudiante) viendo la televisión. Lo envió a pedirnos un poco de zumo fresco. El monje era tan tranquilo que parecía no darse cuenta de lo tarde que era. Aparentemente, el tiempo no le importaba.
El niño volvió con nuestro zumo: era natural y dulce. En cuanto me dijo que sabía hablar inglés, no pude evitar hacerle algunas preguntas. Sonreí y le dije: "¿Te gusta tu maestro? Él se volvió hacia mí y me miró directamente a los ojos: "Está bien." Luego apareció una sonrisa en su rostro y le pedí que me dijera qué tenía en mente. Enseguida me dijo ante mi sorpresa: "Está gordo."
Su respuesta fue tan honesta y pura que nadie podía enfadarse con él. No había perversidad en su declaración, ya que era sólo una observación y un hecho. Miré al monje y todos nos echamos a reir. El momento fue tan precioso.... Me sentí tan feliz y relajada como si acabara de salir a casa para pasar el fin de semana con mi familia. Interactuábamos de una forma tan natural... Ninguno de nosotros intentaba ser o aparentar más de lo que era.
Cuando la experiencia dice más que mil palabras
Como la lluvia paró, nos fuimos a dar un largo paseo por los campos de arroz. Estábamos en silencio. Era tan hermoso andar en su compañía... En realidad, fue uno de los mejores paseos que jamás había dado. Una vez más mi mente se detuvo, se quedó en blanco y la felicidad entró en mi cuerpo. Era como si hubiera estado allí antes, era como si reviviera un momento de mi pasado.
Después de nuestra caminata insistió en que me quedara para la cena y luego me ofreció caminar de vuelta a donde estaban mis amigos, ya que él no quería que volviera sola por la noche. Insistí en que no me pasaría nada al ir sola y, entonces, justo antes de irme, él desapareció y volvió con un regalo para mí. Una bufanda de seda que los monjes budistas dan a sus amigos. La bufanda estaba hecha de seda y tenía cuadros cosidos a mano. Mientras me ponía la bufanda alrededor del cuello, él dijo en una voz tenue: "Fue tan bonito tenerte aquí.... Ojalá pudieras quedarte más tiempo. Lamento que sólo nos hayamos visto tan poco tiempo.“
El amor es simple y siempre dando
Me quedé mirándole.... Esas palabras eran lo último que esperaba oír de un monje. Yo era consciente de que estaba robándole demasiado tiempo. Su humildad me estaba haciendo llorar. No podía creer lo compasivo y sencillo que fue conmigo.
Deseé ser algún día como este hombre. Tan simple y tan generoso al mismo tiempo, irradiando mucha felicidad y amor en su entorno, a toda su gente. Fue un gran honor estar en su presencia. Sólo por estar cerca de él y por observar sus acciones, aprendí más de lo que se puede expresar en mil palabras. Aprendí en definitiva lo que significaba ser humilde y cómo rendirse y dejarse llevar.
Si te sientes inspirado, tienes alguna pregunta, te gustaría compartir tus experiencias y sentimientos conmigo o discutir cualquiera de los momentos en detalle escríbeme a: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
